sábado, 9 de octubre de 2021

La Presencia de Cristo en la Eucaristía




Las diferencias entre los fieles a la iglesia del papa y los protestantes son muchas, siendo la más importante de ellas lo concerniente a la justificación. Pero hay otra que es también muy importante y que, en cierto sentido, también tiene que ver con la salvación, y es lo concerniente a la presencia de Cristo en la Eucaristía. Es importante conocer este término pues con la esperanza de que este artículo sea leído por personas con convicciones católico-romanas, prefiero seguir haciendo uso de este término, por sobre “Santa Cena” que es como lo denominamos los protestantes. Así, pues, el portal de “ACIPRENSA” nos indica que “es la Eucaristía la consagración del pan en el cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la Cruz”. Y al dirigirnos al catecismo de la Iglesia Católica, el significado parece extenderse para cubrir todo el acto litúrgico eucarístico, lo que comúnmente se denomina “misa”, por lo cual, al celebrarse el culto romano, la parte central es el acto sacramental de la Eucaristía, caso que pocos fieles a Roma conocen.


Este asunto, pues, es de vital importancia y de una enorme diferencia con el entendimiento protestante de lo que, según la primera y principal definición, se denomina como “Eucaristía”. Por la importancia de esto, un sacerdote católico-romano llamado Luis Toro, famoso entre algunos fieles romanos por su canal de Youtube donde publica debates que sostiene con distintos líderes protestantes, defiende la convicción de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Es mi objetivo en este artículo, pues, mostrar los errores del sacerdote romano, amén de su desconocimiento del entendimiento y doctrina protestante reformada, teniendo en cuenta que fue este entendimiento, el reformado, el que verdaderamente se opuso a Roma en los inicios de la era histórica conocida como “La Reforma”.


Pasando al tema que nos concierne, en el vídeo del padre Luis Toro se expone el porqué deben ser tomadas bajo un literalismo las palabras “esto es mi cuerpo” y “esto es mi sangre”. También sigue la creencia popular de que todos los cristianos protestantes tenemos las palabras del sacramento como simbólicas y el acto como un mero recordatorio. Lamentablemente, debido a un fenómeno histórico en el cual no profundizaré, pues no concierne a la ocasión de este escrito, el protestantismo de América Latina es predominado por una rama anti-intelectual que busca más la emoción que el dogma; esto es conocido como carismatismo o “neo-pentecostalismo”.


Lo primero que se debe tener en cuenta es el método de interpretación. El padre Luis Toro se limita a las palabras “esto es mi cuerpo …  Esto es mi sangre” para indicar que la presencia de Cristo es literal en el sacramento. La base exegética que muestra es principalmente que no dice “esto simboliza o esto representa”. También arguye a que esas palabras, en sentido del literalismo, fueron entendidas por Pablo cuando se le enseñó, enseñanza que recibió por los apóstoles; indica, pues, según dice el padre Toro, Pablo no vio al Señor (su literalismo, sin embargo, destruye su argumento de que Pablo no vio al Señor, como lo indicaré más adelante). Finalmente arguye al propósito del sacramento “la muerte del Señor anuncias” y a las palabras del apóstol Pablo a los Corintios sobre no discernir el Cuerpo de Cristo, sobre que, sólo entendiéndolo bajo el literalismo, es que dichas advertencias pueden tener sentido.


Ante lo anterior, respondo: un creyente, a la hora de acercarse a la Escritura, debe tener en cuenta que, si bien es la Palabra de Dios y esta es eterna y valedera, por ende aplicable, en todo tiempo, también tiene un sentido original y único. Por ejemplo, la Epístola a los Romanos fue escrita por el apóstol Pablo pensando en la audiencia de Roma del siglo I que estaba pasando por una situación específica en ese tiempo, así pues, Pablo les escribe a ellos, pensando solo en ellos, y procurando dar respuesta a esa situación. El apóstol no escribe la epístola pensando en el creyente del siglo XXI, sin embargo, el autor divino de la Escritura hace que, aunque ese mensaje estaba siendo dirigido por las cuestiones específicas mencionadas anteriormente, esta tenga aplicabilidad en toda época. Es, por tanto, tarea del intérprete tener en cuenta el objetivo y propósito del autor original del texto, la situación que atravesaba la audiencia original, y quiénes eran esa audiencia, pues de esta manera podrá obtener el mensaje original, el sentido original del texto, y una vez hallado este, podrá entonces mirar en qué sentido, o sentidos, puede ser aplicado en un contexto actual. Esto es lo que se conoce como “exégesis”, es decir, extraer el mensaje del texto, y es lo contrario a eiségesis. El método interpretativo de la fe reformada es el “Gramático-histórico-teológico”, pues es el mejor método que nos permite hacer una exégesis del texto, y no una eiségesis.


Bajo esta premisa, prosigo a tratar cada uno de los argumentos que el padre Toro presenta. Cuando menciono que el padre Toro hace uso del literalismo tengo la intención de hacer una diferencia con la palabra “literal”, pues una cosa es el literalismo y otra ser literal. Una persona, que ve en un pasaje de Apocalipsis 12 el dragón, y entendiendo el género literario del libro, interpreta que el dragón no es un dragón en sí sino un símbolo de Satanás entonces está siendo literal, pues está interpretando según el género del libro. Contrario a esto, una persona que al leer Apocalipsis 12 insiste que como no se encuentra la palabras “esto representa un dragón”, o “esto simboliza un dragón” entonces debe ser un dragón real, al no tener en cuenta ningún tipo de contexto, cae no en ser literal, sino en ser literalista. Eso es precisamente lo que dice el padre Toro, pues insiste que como las palabras del Señor son “esto es mi cuerpo …  Esto es mi sangre” y no dice “esto representa”, sin tener en cuenta el contexto, entonces deben ser tomadas y entendidas tal como ahí dicen. Sin embargo, se puede afirmar, como efectivamente lo hace la fe reformada, que las palabras de Jesús pueden ser tomadas de forma literal sin necesidad de afirmar lo que se ha denominado “transubstanciación”.


El padre Toro argumenta que, si estas palabras fueran tomadas en un sentido simbólico o figurativo, aparte de que deberían decir entonces “esto representa” también debería haber una explicación pues, dice él, cada vez que el Señor hablaba en parábolas les daba a sus apóstoles la explicación. Empero, esto realmente no es así, pues hubo muchas palabras del Señor Jesús de forma figurativa sin necesidad de una explicación, como cuando dijo de sí mismo que era la vid verdadera y su padre el labrador (Jn. 15:1), que Él era la vid y nosotros los pámpanos (Jn. 15:5), que Él era el camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6), y que Él nos dará aguas que nos permitirán vivir eternamente (Jn. 14). Vemos que después de esto no se requirió ningún tipo de explicación, pues no se menciona una como tal y, por el contrario, las Escrituras sí registran cuando los discípulos no entendían algo y requerían una posterior explicación, como la parábola del sembrador o la del trigo y la cizaña (Mt. 13), o como cuando los discípulos no entendieron a qué se refería Jesús con la cuestión de la levadura de los fariseos (Mt. 16). Todo esto sirve para mostrar que ciertamente los judíos, ergo los apóstoles también, entendían perfectamente parábolas o alegorías sin una explicación a-posteriori por parte del Maestro; por tanto, aducir al hecho de que cómo no hubo una posterior explicación del Señor sobre las palabras “esto es mi cuerpo”, entonces no eran en sentido alegórico, es caer en la falacia argumentativa de negar el consecuente, pues acabo de demostrar que no siempre se necesitó una explicación para demostrar el carácter alegórico, y que los apóstoles siempre entendieron las parábolas, y cuando no entendían, quedaba en la Escritura el registro de que no habían entendido.


Pasando ahora al otro argumento, el padre Luis Toro indica que las palabras del Señor son “esto es mi cuerpo” y no “esto representa mi cuerpo”. Como indiqué anteriormente, cae en un literalismo. Los pasajes anteriormente mencionados de Jn. 14 y 15 nos demuestran que no necesariamente se necesitan las palabras “esto representa” para indicar el carácter simbólico. Jesús dice “Yo soy la vid y mi padre el labrador”, también dice “yo soy la vid, vosotros los pámpanos”, también dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Según el argumento del padre Toro ¿debemos entender que Cristo es una planta de uva y que el Padre es una especie de campesino agrícola? ¿Debemos entender que Cristo es una planta de uvas y nosotros un racimo? ¿Debemos entender que Cristo es un camino que podemos transitar y pisar? Ciertamente no hay nadie, en ninguna época de la cristiandad, que haya interpretado las palabras de Jesús de esa manera, y notemos que él nunca dijo “la vid me representa a mí, y un labrador a mi Padre”, tampoco dice “ustedes son representados por un pámpano”, ni mucho menos, “yo soy como un camino”, sino que su argumentación fue siempre “yo soy”.


Pero en la argumentación del Padre Luis Toro vemos que él mismo da un ejemplo de lo anterior. Aduciendo a Juan 6 vemos que dice “yo soy el pan de vida” no dice “yo soy representado o simbolizado por el pan”, irónicamente el padre Toro usa este texto para indicar el carácter literalista debido a la respuesta de la gente que se preguntaba cómo Jesús les iba a dar de comer su carne y de beber su sangre, pero nuevamente, siempre que alguien no entendía el simbolismo, la Escritura registró la ocasión, como en este caso, o como en el caso de Juan 3 con Nicodemo, donde Nicodemo entendió de forma literalista el nacer de nuevo, y Jesús corrigió su mal entendimiento. Esto basta, entonces, para mostrar que imponer la necesidad de decir “esto representa o simboliza” para indicar el carácter alegórico es también una falacia argumentativa de afirmar el consecuente, pues queda demostrado que no siempre en una alegoría se debía mencionar “esto representa o esto simboliza”. Por el contrario, el Señor indicaba constantemente alegorías, todos entendían, y cuando no lo hacían, en la Escritura quedaba el registro de esto, y su posterior explicación.


Un segundo punto que menciona el padre Toro es con respecto a que el entendimiento de Roma es el que siempre se ha sostenido, pues los apóstoles lo recibieron de Jesús, y aduciendo a 1 Cor. 10, dice que Pablo lo recibió de los apóstoles, pues según Toro, Pablo no conoció a Jesús. Sin embargo, teniendo en cuenta que para ser apóstol de Jesucristo se requería haber recibido el mensaje directamente del Señor, es absolutamente necesario que Pablo hubiese visto a Cristo resucitado, de hecho, ese fue uno de los argumentos que usó para defender su apostolado de los que intentaban menoscabar su obra. Basten unos pocos textos para argumentar que Pablo sí vio al Cristo resucitado, y de Él recibió la enseñanza:


1 Cor. 9:1 dice “¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿No HE VISTO a Jesús nuestro Señor? ¿No son ustedes el fruto de mi trabajo en el Señor?” (énfasis añadido)

1 Cor. 15:8 “Y en último término SE ME APARECIÓ también a mí, como a un abortivo.” (énfasis añadido)

En Hch. 26:16, Pablo relata las palabras de Jesús “Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto HE APARECIDO A TÍ, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que ME APARECERÉ a ti.” (énfasis añadido)


Podemos ver, entonces, que claramente el apóstol Pablo sí vio al Señor, y según Hechos 26, no solo una, sino varias veces. Por tanto, es más que factible que Pablo recibió del Señor mismo, según 1 Cor. 11:23, la enseñanza del sacramento, y como ya establecimos que es muy probable que los apóstoles hayan entendido el carácter simbólico, Pablo también debió entenderlo.


En esto hay algo curioso: el padre Toro insiste mucho en que las palabras de Jesús fueron “esto es mi cuerpo” y así deben ser entendidas, y no “esto representa” pues así no dice el texto, pero al llegar a las palabras del apóstol Pablo en 1 Cor. 11:23 donde dice “Porque YO RECIBÍ DEL SEÑOR” (énfasis añadido), inmediatamente el padre Toro indica que Pablo no quiso decir que recibió directamente del Señor, sino que los apóstoles le dijeron. ¿Por qué en este caso no deben entenderse según y exclusivamente lo que el texto dice, y en el caso de la última cena sí se debe hacer? Según el argumento del padre Toro con 1 Cor. 11:23, entonces no debería haber ningún problema si alguien dijese que lo que Jesús quería decir era que el pan representaba su cuerpo.


Además de todo lo anterior, el entender las palabras del Señor en la institución del sacramento de la forma romana, presenta un gran problema: Jesús estaba presente en su cuerpo físico en el momento que dice “esto es mi cuerpo … Esto es mi sangre”, al decir esas palabras los apóstoles estaban viendo tanto el pan y el vino, como el cuerpo de Jesús sosteniendo los elementos al mismo tiempo y ocupando diferentes lugares al mismo tiempo, por ende, estaríamos hablando de una multilocación, algo que ni Tomás de Aquino admitía. Solo entendiendo que las palabras de ese momento eran simbólicas, puede eliminarse la cuestión de la multilocación.


En la vida práctica también podemos ver que no siempre que decimos “esto es x o y cosa” nos estamos refiriendo a la forma tal del entendimiento de Toro y de Roma. Por ejemplo, ante una planeación de una estrategia de guerra estando en un bosque, el capitán puede tomar elementos como piedras y madera para enseñar a su escuadrón un plano improvisado del campamento enemigo, y en tal caso diría algo como “esta piedra es el cuartel general, y esta madera son los soldados enemigos”. En un acto como este, ningún soldado entendería que una astilla de madera es literalmente un enemigo y que la roca es literalmente el cuartel general. Por el contrario, lo lógico es que entiendan que al estar ante un plano improvisado, la roca está jugando un papel representativo del cuartel general y los palos un papel representativo del soldado enemigo. Esto sirva para sumar al argumento que no siempre se necesita la palabra “esto representa” para entender el lenguaje figurado.


Finalmente, el padre Toro arguye a las palabras de “la muerte del Señor anunciáis” y de no discernir el cuerpo de Cristo (1 Cor. 10) para indicar que solo bajo el entendimiento de Roma estas palabras tienen sentido. Empezaré dando mi respuesta a lo segundo, y luego al anunciamiento de la muerte de Jesús en la celebración del sacramento, pues esto me dará entrada a la explicación, según la fe reformada, de lo que significa este sacramento.


En el aspecto de 1 Cor. 11, el padre Toro hace omisión del contexto, pues al decir que “discernir el cuerpo” es entender que ahí está el cuerpo de Cristo, es ignorar la razón por la cual Pablo dijo esto. Como bien sabemos, la iglesia de Corinto era una iglesia de mucho desorden, desorden que trascendía a la celebración de la eucaristía, donde se repetía la comida. Notemos que unos versos antes, en el verso 17 del capítulo 11 dice que en la iglesia hay disensiones y divisiones, y en el 21 y 22 menciona que muchos se adelantan a comer sin esperar a su hermano, y en ese contexto, después de mencionar la institución de la cena, es que se dice lo de discernir el cuerpo. Bajo todo ese contexto se entiende que no discernir el cuerpo es no entender que la iglesia es una, no debe haber disensiones entre los hermanos, pues todos los que creemos verdaderamente en Cristo estamos unidos a su cuerpo, por ende, tomar la cena anticipadamente, sin esperar a mi hermano, es no entender que él también es parte del cuerpo de Cristo y tomarlo como algo aparte. Sirva esto para explicar brevemente lo que el apóstol quería decir con esas palabras.


En cuanto a las palabras del apóstol Pablo sobre “la muerte del Señor anunciáis”, ha de tenerse en cuenta que estas palabras no tienen que implicar una presencia de Cristo en el sacramento, no al menos en el entendimiento de Roma. Para proceder a ello, primero debo explicar lo siguiente: no es del todo cierto que todo el protestantismo tenga el sacramento como un simple hecho conmemorativo. Aunque hay algunos que lo han entendido así desde los inicios de la Reforma, como en Ulrico Zwinglio, también existen posiciones distintas, así como también entre los romanos, pues un estudio sobre el tema que hace Francisco Lacueva, ex-canónigo magistral y exprofesor del Seminario Católico de Tarazona, demuestra que el catecismo holandés no tiene exactamente la misma posición de la tradicional romana.


Es más que factible que los apóstoles entendieran las palabras de Jesús como metafóricas, algo a lo que estaban acostumbrados y que podían tener pleno entendimiento. Pero a todo esto, he de sumar algo más para mostrar que en un desarrollo lógico de la historia era más lógico que los apóstoles sostuvieran lo que la fe de la Reforma sostiene contrario a lo que sostiene Roma, y esto es lo siguiente: la institución sacramental se da en la noche de la pascua, día en que, por el carácter del significado de la fiesta, se recordaba la liberación del pueblo de Israel de la nación egipcia por la mano poderosa de Dios, liberación que fue secundada por un pacto, el pacto sinaítico o Mosaico, y en el cual se efectuó la muerte de un cordero para validar el pacto. Desde el anuncio en Génesis 3:15, todo el pueblo de Dios estaba expectante de que apareciera en la historia aquel que aplastaría la cabeza de la serpiente, y en el entendimiento de los apóstoles, sabiendo que el Señor ya les había anunciado que Él era el cordero que quitaría el pecado del mundo, las palabras del Señor de que su sangre establecería el nuevo pacto, fueron entendidas en la forma de que ahí, en la noche de la última cena, se estaba anunciando el cambio de pacto. Estaban a punto de dejar el antiguo pacto para entrar en el nuevo, y ellos, al participar de la cena, al comer del pan y tomar del vino, que representaban el cuerpo y la sangre de Cristo (pues estas no podían tener el verdadero cuerpo y sangre del Señor, pues Él aún estaba delante de ellos y ante sus ojos, y ninguna gota de su sangre había sido derramada aún), entendieron que estaban teniendo comunión con el Señor en esta nueva alianza, que era con ellos que se estaba estableciendo el Nuevo Pacto. Así, pues, las palabras “la muerte del Señor anuncias”, en cierto aspecto sí tiene un carácter conmemorativo y este es que, al participar del sacramento, estamos anunciando el momento en que el Señor fue entregado por nuestros pecados, ya que su sacrificio es uno y único, según el autor de la epístola a los Hebreos; es un sacrificio vicario. En él, el Señor toma nuestro lugar y recibe toda la ira de Dios que debía ser sobre el pecador, nuestros pecados le son imputados a Él, y sus justicias perfectas nos son imputadas a nosotros en virtud de nuestra unión con Cristo, según Efesios 1. Así, pues, al participar del sacramento conmemoramos el establecimiento del Nuevo Pacto y recordamos que, así como Israel fue salvado por milagros y manos poderosas del Imperio Egipcio, nosotros, pecadores, fuimos rescatados por un milagro aún mayor, y por una mayor demostración del poder de Dios, siendo rescatados así del Imperio de la muerte.


Pero también hay un aspecto más en la celebración sacramental, y este no es solo un aspecto conmemorativo sino que, en palabras de reformadores como Juan Calvino, al comer el pan y tomar del vino, realmente, en forma espiritual, comemos el cuerpo y tomamos la sangre del Señor; es decir, en el sacramento Cristo está realmente presente, pero en forma espiritual, no corporal ni física, pues su cuerpo está a la diestra de Dios, y en virtud de su naturaleza humana, la cual no puede ser separada ni confundida, su cuerpo físico solo puede estar presente en un lugar a la vez, pero en virtud de su naturaleza divina, la cual no puede ser confundida ni dividida, Cristo se hace presente realmente de forma espiritual en nosotros cuando tomamos los elementos, lo cual significa que tenemos comunión con Él, que Cristo está en nosotros, y que nuestra vida es verdadera vida debido a nuestra unión vital con Cristo. Pues así como el pámpano no tiene vida separado de la vid, así mismo, nosotros no podemos tener verdadera vida separados de Cristo.


Rechazamos, pues, la noción romana de que en el sacramento se nos es infundida una gracia en forma ex opere operato, pues precisamente se debe discernir el cuerpo de Cristo (que todos somos miembros de un mismo cuerpo en virtud de la unión con Cristo como la cabeza), amén de que es por medio de la fe que se nos une al Señor. Baste con decir que la gracia de Dios no es ninguna sustancia o poder que se pueda infundir en algo o alguien, como si de un ingrediente se tratase, sino que la definición de gracia apunta a una actitud o disposición, es decir, la gracia es la disposición de Dios de no dar al pecador lo que merece, sino darle lo que no merece. En otras palabras, la gracia de Dios es la actitud del Señor de no castigar al pecador que ha unido a sí mismo, sino que, en virtud de su vida perfecta y esa misma unión con Él, le concede y le llama justo y santo, aunque realmente no lo merezca. Por cuanto la justificación del pecador es un término legal, es un término jurídico, donde Dios declara al pecador como justo, y es considerado ya un santo, no en virtud de las obras del declarado, sino de las obras del declarante, es decir, el pecador es justificado, y hecho ya justo por cuanto le son otorgadas las justicias del verdadero Justo, el Señor. Esto está en acuerdo con toda la epístola a los Romanos, pero no solo con esto, sino que tenemos el testimonio de muchos padres, siendo Agustín el principal de ellos. La misma iglesia, aun cuando el papado iba ganando influencia y poder, era de doctrina agustina, a tal punto que condenó el semipelagianismo en el Concilio de Orange en el siglo VI d.C. y fue siempre de carácter agustina, hasta que dejó este pensamiento cuando apareció en escena Tomás de Aquino, hombre ilustre que valoramos los reformados, pero que no dudamos introdujo nefastamente el pensamiento aristotélico en la iglesia, lo cual la corrompió y desvió, haciéndola caer en deriva en un pensamiento semipelagiano de obras + gracia. Y en cuanto a que el concepto de la transubstanciación es más una idea aristotélica, basta con mirar que los padres al principio no tenían tales ideas. Dice Francisco Lacueva, ex canónigo magistral: 


“… decir, sin más, que la iglesia admitió constante y unánimemente dichas frases (Esto es mi cuerpo … esto es mi sangre) en un sentido literal, significa ignorar la Historia de los dogmas que muestran la no-unanimidad de los padres antiguos (V. Rouet, 337, 343, 504, 509, 1424, 1566). Tal doctrina fue sancionada por primera vez en el concilio romano, que era un concilio de carácter local, en 1059, e impuesta como creencia obligatoria universal, en el año 1208, bajo Inocencio III. Es digno de notarse que el propio San Agustín de Hipona, al comentar Jn. 6:53-54, observó que, cuando el sentido literal implicara algo evidentemente antibíblico como es el beber la sangre de Cristo, ha de entenderse simbólicamente. Hay además pruebas bíblicas directas, como Jn 16:7; Hch. 1:11; Hebr. 9:24-27 y 10:19-20, que muestran claramente que el Cuerpo de Cristo está solamente en el cielo hasta que vuelva de nuevo, pues los capítulos 9 y 10 de Hebreos no dejan lugar a dudas de que el “santísimo”, “el tabernáculo” y el “sagrario” se encuentran en el cielo.”


Pero no es solo eso, sino que también el entendimiento romano presenta un inconveniente más en el cual les toca recurrir a artilugios que no presentan ninguna base bíblica, y que incluso suena inverosímil para la Física misma, pues, según Roma, cuando los accidentes del pan y del vino se transforman bioquímicamente por la digestión, Cristo se ausenta del estómago, y los accidentes siguen el curso correspondientes a las nuevas sustancias originadas en el proceso de la digestión. Ante esto es muy bueno traer nuevamente las palabras de Francisco Lacueva,


“Insistimos en que este concepto de sustancia (la doctrina aristotélica/tomista de la sustancia y accidentes), que comparta la idea de una peculiar realidad material independiente y separable, metafísicamente, de las propiedades inherentes al objeto, sólo puede explicarse por una abstracción mental, que nada tiene que ver con la realidad. ¿Puede un objeto material desarrollar sus propiedades cuando ha cesado de existir la entidad real que era el necesario soporte sustancial de tales propiedades? Afirmar que puede permanecer el poder de emborrachar sin vino que emborrache, es lo mismo que afirmar que puede existir una mesa de madera, pero sin madera.”

 

Conclusión

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He demostrado que el padre Toro subestimó la doctrina protestante, pues se limitó a solo presentar el argumento literalista de “esto es mi cuerpo …  esto es mi sangre”, pues la mayor parte de sus argumentos se centran en contar anécdotas. Pero si conociese a profundidad la doctrina protestante, tal vez se habría preparado más, pues he demostrado que era más natural que los apóstoles hubiesen entendido esas palabras de manera metafórica que literal, pues precisamente la omisión de explicación posterior es un indicio de que entendieron la metáfora. No se necesita una explicación del Señor para validar que era una metáfora, los apóstoles muchas veces entendieron las metáforas sin necesidad de explicación. También he demostrado que en el acto sacramental sí se hace una conmemoración del evento que inició el Nuevo Pacto, ahora Cristo es nuestra pascua. Pero también afirmamos que es más que una conmemoración, pues en el acto sacramental estamos reconociendo y declarando nuestra unión con Cristo, unión que nos habla del acto redentor: Cristo vivió y murió para salvación de los suyos, nuestro castigo fue sobre Él, y su justicia perfecta nos es imputada a nosotros, por ende, nadie que verdaderamente es del Maestro puede perder la salvación, pues es declarado justo y santo por el Padre de los cielos en virtud de las justicias perfectas del Hijo.


También he demostrado que no siempre se ha entendido de forma literal esas palabras. Por el contrario, en la antigüedad no se veían de forma literalista, y sostener el dogma de la transubstanciación conlleva a un pensamiento ilógico que para darle coherencia se debe recurrir a artilugios filosóficos más que bíblicos. Y aún así, se le encuentran fallas, pues por más filósofo que sea el hombre, no dejan de ser pensamientos defectuosos, pues la mente humana es débil, limitada, y contaminada por el pecado.


Basta un último aspecto, el cual es el principal, pues la controversia no gira tanto en torno al dogma de la transubstanciación, sino en lo que implica el dogma, pues la palabra hostia traduce algo como una ofrenda propiciatoria, y la misa es un sacrificio, aunque no cruento, pero al final sacrificio. Básicamente en cada misa se ofrece nuevamente a Cristo en la forma del pan y del vino, y esto es totalmente contrario al Evangelio de Cristo, quien nunca mencionó absolutamente nada de ofrecerse continuamente. Pero principalmente es contrario a la epístola a los Hebreos, explícitamente en el capítulo 10, donde se nos habla que el sacrificio de Cristo fue realizado una sola vez y por siempre. No hay necesidad de más sacrificios, pues este sacrificio fue uno perfecto que propició la ira de Dios por los pecadores. En el sacrificio de Cristo ocurre una sustitución penal, donde los pecados del pecador arrepentido son propiciados y pagados eternamente y para siempre, y las justicias de Cristo le son otorgadas.

 

 

 

 

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